Es inevitable. Echar el último vistazo desde el balconcillo es un ritual tranquilizador, una nana visual. La callejuela estrecha da seguridad y confort. El silencio de las fachadas antiguas suena a susurro y a un "buenas noches" amoroso. A ras de calle las siluetas espigadas de las modelos hieráticas, tras el cristal de un moderno establecimiento, miran sin mirar pero no dan miedo, al contrario, nos recuerdan que pocas horas más tardes el centro será bullicio hasta en sus rincones más desconocidos. No termino de entenderlo, pero la última visión de la madrugada me reconforta y me hace sentirme parte de una trama humana y urbana que me engulle como un ser anónimo. Mejor así. ¡Ah!. Las dos espigadas modelos son ya como de la familia.
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