domingo, 2 de noviembre de 2014

"¡Por favo..... siniora!!

Un día, como otro cualquiera, las palabras son arrastradas por pasos rápidos y extraños. Foto: F. ANGUITA
La música de fondo de nuestros andares cotidianos es también la sinfonía de la pobreza. La escuchamos... o, mejor dicho, sólo la oímos intentando no entenderla porque se nos antoja cansina, repetitiva y hasta ofensiva para los sentidos. Hemos de reconocer que es así, así de dolorosamente cierto. Tal vez nos auto justificamos ideando una historia falsa para el joven negro del vasillo; quizá nos atempera el cargo de conciencia el hecho de creer que no están tan necesitados como parecen (vestidos con decoro, limpios, educados hasta el extremo...); puede que no nos terminemos de creer su pobreza; pero la pobreza también se muestra con manos limpias y con dicción perfecta de dos o más idiomas. 
Creo que es imposible dejar una moneda en cada vaso de Granada, por más que en el fondo todos lo querríamos; pero en aquellos vasos donde no haya lugar para nuestro dinero podíamos dejar -AL MENOS- una sonrisa cálida, incluso cómplice; pero nunca -JAMÁS- paternal, complaciente o condescendiente. 
Este joven, como tantos otros nunca albergaron la esperanza de convertirse en figurantes de nuestra cotidiana comedia, ni en maniquíes de un callejero comercial repleto de viandantes con bolsas de franquiciados. 
Siempre me han caído bien, siempre me inspiraron un profundo respeto y hasta una cierta admiración por su valor ante el desprecio social al que son sometidos y que, incomprensiblemente, nunca les hace perder la sonrisa. Pero de este sentimiento no quiero que nadie entienda que se desprende una bondad caritativa mal entendida, sino porque me asombra su extraordinaria dignidad como personas a las que no humillará jamás la miseria, por mucho "¡po favo...siniora!" que repitan una, otra y otra vez mientras caminamos disimulando que ni los vimos, mientras que nuestros pasos arrastran sus palabras y estas se quedan pegadas en el suelo de la calle Alhóndiga.
A quien no los comprenda, a quien molesten con su presencia que piense -aunque sea por un segundo- qué le pasaría por el cuerpo si tuviese que clavarse diez o doce horas diarias pidiendo una puta limosna. 

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