jueves, 16 de febrero de 2017

El celofán ámbar

Hoy, quiero volar. F.A.
No hace falta la observación de que la foto está mal hecha. Es evidente. Claro que subiendo cuestas a las dos de la madrugada no andaba uno pendiente de la faceta más artística del momento y sí, no obstante, por beberme la noche a sorbos largos y pausados. 
Desde las alturas, Granada es inmensa. Y una vez la descubres de noche, sabes que jamás podrás renunciar ni eludir su encanto. Desde cada ángulo es una Granada diferente. Son cachos de la Granada envuelta en un celofán ámbar; un regalo delicioso que te va dejando embobado hasta que finalmente te sientas en algún poyete y te dedicas a contemplar. Jamás será igual al día anterior. La luciérnaga urbana se extiende y resulta confusa de distinguir hasta en sus formas más elementales; se vuelve de todas las épocas y de ninguna a la vez, pero la magia de la nocturnidad es de tal envergadura que más que asombrarte te hace una mueca en el alma para que jamás olvides que una noche, ella, la Granada intemporal, te rebanó los sentidos para que sintieses, una y mil veces, la necesidad inmensa de volver... como su horizonte de luces.

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