domingo, 19 de abril de 2015

La paloma coja

¡Qué poquito te queda....!
Ahorraos la interpretación despectiva que siempre se ha dado a la expresión. No voy por ahí ni la utilizaré jamás, ni por paloma ni por palomo.
Bien saben quienes me conocen la poca simpatía que despiertan en mí tan singulares y empalagosas avecillas; pero son seres vivos y como tales desprecio profundamente a quienes puedan hacerles daño... lo mismo que me produce una profunda tristeza contemplar una paloma atropellada en nuestras calles.
Atravesar la Plaza de la Trinidad es un reto para los que padecen la temida 'ornito-fobia'. No digamos Bib-Rambla o cientos de espacios céntricos de una ciudad en la que, a veces, uno teme que se le eche una bandada encima...
Pero esta me inspiró ternura. Y hasta la perseguí a duras penas porque tal vez temió que me la echase al talego o porque ya está harta de persecuciones infantiles. Mal corría "con los kilos al derecho" (como diría el capataz a una cuadrilla de costaleros), esquivando torpemente a los plácidos paseantes. Muy torpemente.
La sentí herida de muerte porque, a pesar de su lozanía, el 'muñoncillo' seco de su patita es un pasaporte -sine die- del paso del río Aqueronte de las aves ingenuas. A saber qué bicho le comió su garrilla, o que pedrada se la arrebató dejándola asimétrica y desprotegida. Tarde o temprano, un felino callejero de los que abundan en el entorno de Derecho o en la misma plaza terminará por darse un festín a costa de la 'cojita'... y, entonces, una más a abonar los setos primaverales de la plaza; porque estoy seguro que la paloma de la foto no verá el próximo verano y, ciertamente, no puedo evitar sentir pena por ella.