jueves, 23 de febrero de 2017

Un romance prohibido

Foto: GLORIA ZAMORA PAREJA

Granada es una novia que te coge en volandas y te lleva en un instante ante el altar de tus propios sueños. Su mejor arma, para conseguirlo, es enseñarte su noche. Y la noche de Granada, desde las alturas de un Albaycín cómplice y presumido, marcará un antes y un después en tu relación con esta ciudad.
Yo mismo no me di cuenta (porque no me di cuenta) que ese fondo inmenso, brillante, espectacular, soberbio y casi cósmico terminaría por hacerme entender Granada de otra manera. No se si es ese silencio que grita, el reflejo de las murallas nazaríes que te están mostrando el alma de los siglos o si es esa sensación de amor que te envuelve cada vez que te asomas al mirador de este grandioso espectáculo.
Lo único que he terminado por asumir es que, siempre que vuelvo a las alturas de la Granada nocturna (desde el lugar que sea, pues su belleza se otea en 360º), siento una especie de borrachera feliz, de sensación de que el mundo es maravilloso, de la libertad de mi propio pensamiento y de que la vida es pura magia.
En ese instante de pasión que vives, de manera muy íntima, con esta ciudad, estás firmando el consentimiento para continuar enamorado de ella para el resto de tu existencia, como si fuese un romance prohibido. A mí me pasó, al igual que ayer mismo a Sergio Rubiño Martos, quien -como tantos estudiantes llegados a la capital- ha caído irremediablemente en las redes de una noche qué, seguro y segurísimo, lo ha embrujado para siempre. 
Lo que él no sabía (o igual sí) es que al levantar los brazos, Granada le estaba entrando muchísimo mejor en el alma. Ya lo sabes, Sergio, ¡no la dejes escapar!.

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