jueves, 16 de enero de 2014

¿Rehabili-cualo?

¿Pa cuando?
Las sobremesas de Granada en invierno huelen a humedad. A habitación cerrada. El sol deja de existir a las cuatro de la tarde y reina la umbría. La calle Elvira es tremendamente gris en este mes pesado y largo, pero en espera de días mejores que traigan aromas de flor nueva e inciensos uno se conforma con esta letanía de horas raras, en la que el paseo vespertino termina con la cremallera del plumón hasta todo lo alto y las manos ateridas de frío. Y he ahí que la luz se resiste a abandonar los rincones olvidados y yermos de sabe Dios qué Granada era aquella en la que estos caserones lucían esbeltos y airosos, sin esa capa de degradación maloliente y casi dramática que se derrama desde el altozano. Pero me gusta contemplar esa decadencia, imaginar otros momentos y pensar en que todo ese inmenso espacio urbano que expira lentamente vuelve a llenar sus pulmones de vida; porque en 'Graná' el pasado no debe morir nunca, por poco que valgan sus a veces sucias piedras. Y mientras los aromas de las teterías juegan a seducirnos en esa horilla tonta en que el estómago pide cafelillo y dulce, me alejo con el olor a apulgarado metido en la nariz. El olor de un solar, de un amasijo de casas desvencijadas, de "meaos" de gato y de hierbajos consumidos por la tristeza... Bellos son hasta tus rincones malolientes. 

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