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Lo mejor de la mañana |
Aún somnoliento crucé Mesones de punta a punta con la intención de darme ese pequeño y sencillo regalo matutino. Panecillos tiernos; rosquillas suaves, crujientes barras, bollos de bocadillo generoso, magdalenas de amor inmenso... una ráfaga de sensaciones que a estómago vacío se convierten en un lujo a nuestro alcance; bien distinto del mal uso que a diario hacemos de nuestro organismo atiborrándolo de grasas saturadas, de aceites de palma y de panes precocinados en sabe Dios que almacén de Madrid y repartido por toda España para que el pan, además de malo, sepa igual en todos lados. Pero aquí no. Son muchos los reductos de pan de toda la vida que subsisten en nuestras ciudades y pueblos, afortunadamente. Este me cae al alcance de la mano y además de la amabilidad con que te despachan (mientras se te hace la boca agua) el pan es pan, es una bendición del cielo, un jolgorio para el paladar y un humilde banquete para comenzar el día. Está en la Plaza de la Trinidad y así están las palomas, las pobres... como perrillos esperando que alguien les eche migajas de un sabor único, calentito e irresistible en estas frías mañanas de enero granadino.