miércoles, 5 de febrero de 2014

Lindo...

Sombrío y orgulloso
No anda uno chiflado por querer plantarle una oda a un arbolito urbano. Pero este me gustó y lo primero que pensé es que el pobre parece "gallina en corral ajeno". Por mucho que adore Granada, reconozco que los naranjos coquetean más con las señeras capitales del Guadalquivir que con nuestra reina sultana. Pero, con todo, creo que pugnan por añadir a los escenarios urbanos un toque de delicada prestancia, lejos -sí- de los voluminosos castaños de indias o de los remoños magnolios. Hay que reconocerle, pues, una cierta osadía a los naranjitos que luchan los pobres contra los rigores del invierno granadino y lo hacen pintándose de un verde intenso, cuasi negruzco, que en un mes y poco romperá en azahares. Que crezca y se desarrolle aquí no quiere decir que el árbol sea de aquí y para aquí, pero al final lo hemos adoptado como propio porque nos gustan sus arrumacos dulzones precisamente cuando la capital comienza a oler al otro dulzor... el del incienso. La diferencia con la Córdoba del Patio de los Naranjos o la Sevilla que presume de azahares es que el naranjito granadino se afana y se emplea a fondo para enamorarnos con su extraña tristeza... y aquí marida bien con la profunda y hermosa pena de los cipreses.

1 comentario:

  1. Precioso.
    Gracias Fermín por escribir estas cosas tan bonitas.
    La de enmedio de la Paquita.

    ResponderEliminar