lunes, 25 de mayo de 2015

Las luces del Corpus

Cristales encendidos. F.A.
Cuando las bombillas de colores inundan el centro de Granada, tenemos la sensación de que el verano se nos ha metido por las narices. Hubo años en los que el Corpus era, para nosotros, sinónimo de encierros sudorosos en el piso; noches eternas de apuntes, café, tabaco y conversaciones a ventana abierta que nos echaban la noche por alto en mitad de confesiones inconfesables. No hubo nunca, apenas, feria para los estudiantes más allá de un par de cervezas en Los Pipos. Y ahora, aunque continuamos siendo estudiantes, nos gusta el rebufo de una fiesta que me gusta más en el callejeo que en el propio ferial. Hubo años en que las luces se mantenían encendidas durante toda la celebración del Festival de Música y Danza... hoy se ha economizado al máximo, pero bien es cierto que hay un algo tan especial en el airecillo cálido de Granada, en estos días, que a pesar del subidón de alergias se nos mete por los sentidos y jalea a nuestra euforia. Sensación guapa, donde las haya, pasear cuando la noche ha caído y se encienden las bombillas mientras abandonamos el ruidoso centro en busca del Darro. Pero lo mires por donde lo mires, el paseo por estas tardes eternas te llevará siempre a una Granada nueva, diferente, sorprendente y tan mágica que -en lo más alto del Albaycín- creerás estar viendo el atardecer más hermoso del mundo. Y no es porque lo dijera Clinton (que lo dijo), sino porque realmente lo es....

miércoles, 6 de mayo de 2015

Ecos de bonanzas

Hubo mejores tiempos...

Cuando la tarde languidece renacen las sombras.... ¡y otra vez la canción!. Ya lo escribí por aquí alguna vez, y supongo que para reflejar alguna letanía de nostalgias empapadas de olor a humedad, a hoja de plátano de ciudad pisada, a meada de gato en los jardines o a chillidos de pájaros. Todo eso, y alguna sensación más de esas que, combinadas, nos hacen adorar Granada se junta en el nudillo urbano de la plaza de la Trinidad. 
Pero en su lado sur se amontonan los reclamos vacíos, los cierres echados para siempre y un extraño eco de años de bonanzas, de conversaciones de mostrador de aluminio y cristal y de comerciantes que iban madurando al compás de las generaciones del barrio.
El panel, de innegable inspiración ochentera-noventera, hace tiempo que dejó de llamar la atención para convertirse ahora en un abonado escaparate de plantas montaraces. Terminará por convertirse en un jardín vertical que oculte la tristeza del paso de una época, provocado a golpe de crisis.
Ni siquiera el brillo desmedido de las nuevas franquicias ahoga el dorado amargor de las imágenes que muchos guardan en la retina del tiempo: las bullas de compras de reyes, los regalos del día del padre... los relojes y casettes. Nada es lo que fue y nada es lo que será mañana mismo. Y lo que hoy consideramos cateto fue, una vez, parte de nuestro hacer cotidiano.