lunes, 27 de enero de 2014

¡Esto si es pan!

Lo mejor de la mañana
Aún somnoliento crucé Mesones de punta a punta con la intención de darme ese pequeño y sencillo regalo matutino. Panecillos tiernos; rosquillas suaves, crujientes barras, bollos de bocadillo generoso, magdalenas de amor inmenso... una ráfaga de sensaciones que a estómago vacío se convierten en un lujo a nuestro alcance; bien distinto del mal uso que a diario hacemos de nuestro organismo atiborrándolo de grasas saturadas, de aceites de palma y de panes precocinados en sabe Dios que almacén de Madrid y repartido por toda España para que el pan, además de malo, sepa igual en todos lados. Pero aquí no. Son muchos los reductos de pan de toda la vida que subsisten en nuestras ciudades y pueblos, afortunadamente. Este me cae al alcance de la mano y además de la amabilidad con que te despachan (mientras se te hace la boca agua) el pan es pan, es una bendición del cielo, un jolgorio para el paladar y un humilde banquete para comenzar el día. Está en la Plaza de la Trinidad y así están las palomas, las pobres... como perrillos esperando que alguien les eche migajas de un sabor único, calentito e irresistible en estas frías mañanas de enero granadino.

El sol extraño

Algo más que la hora del café...
Las cuatro de la tarde es una hora peligrosa. Las umbrías conquistan el centro de Granada justo en el momento en que más apetece un paseo vespertino y justo cuando uno se da de bruces con uno de los escasos remansos soleados donde la conversación estudiantil se estira en torno al cafelillo y donde es inevitable estirar las piernas, cerrar los ojos y sentir el calor de un sol extraño que se hace el huidizo sobre los esqueletos de los árboles de la Plaza de la Universidad. Añoro esas conversaciones de terracita soleada y fría, pero sobre todo recuerdo como cada tarde me detenía unos segundos a fijarme en esas ramas yermas, esperando el momento en que -como un milagro- descubriría unas yemitas verdes que anunciarían los meses eternos de la Granada de siempre...

jueves, 16 de enero de 2014

¿Rehabili-cualo?

¿Pa cuando?
Las sobremesas de Granada en invierno huelen a humedad. A habitación cerrada. El sol deja de existir a las cuatro de la tarde y reina la umbría. La calle Elvira es tremendamente gris en este mes pesado y largo, pero en espera de días mejores que traigan aromas de flor nueva e inciensos uno se conforma con esta letanía de horas raras, en la que el paseo vespertino termina con la cremallera del plumón hasta todo lo alto y las manos ateridas de frío. Y he ahí que la luz se resiste a abandonar los rincones olvidados y yermos de sabe Dios qué Granada era aquella en la que estos caserones lucían esbeltos y airosos, sin esa capa de degradación maloliente y casi dramática que se derrama desde el altozano. Pero me gusta contemplar esa decadencia, imaginar otros momentos y pensar en que todo ese inmenso espacio urbano que expira lentamente vuelve a llenar sus pulmones de vida; porque en 'Graná' el pasado no debe morir nunca, por poco que valgan sus a veces sucias piedras. Y mientras los aromas de las teterías juegan a seducirnos en esa horilla tonta en que el estómago pide cafelillo y dulce, me alejo con el olor a apulgarado metido en la nariz. El olor de un solar, de un amasijo de casas desvencijadas, de "meaos" de gato y de hierbajos consumidos por la tristeza... Bellos son hasta tus rincones malolientes. 

miércoles, 1 de enero de 2014

Y en una esquina... La Tana




Mi amigo Dani -que tiene buen gusto el "joio"- me la recomendó. Confieso que a pesar de la muy buena pinta de los locales de la calle Navas, rehuyo los ambientes excesivamente turísticos y rebusco los rincones donde uno está como en casa. La Tana nos gustó desde la primera vez, a pesar de la auténtica peripecia que supone entrar al local un viernes o sábado noche, aunque la suya de de esas aglomeraciones amables donde siempre terminas por compartir comentario con la gente de al lado; tanto que esta taberna rezuma hospitalidad desde detrás de la barra y al otro lado de ella... tanto que es increíble dejarse aconsejar a la hora -por ejemplo- de elegir vino, pues sorprendentemente apuestan por la vinacoteca de la tierra, la de los excelentes vinos de Granada que de manera incomprensible otros muchos lugares ocultan o no ofrecen. Lo pone su placa exterior, pero lo mejor -insisto- es la recomendación de quien te atiende. En nuestra última visita era tanto el frío exterior que al entrar las gafas se volvían opacas a causa del contraste y en el interior, a pesar del bullicio, la conversación se prolonga y se vuelve densa y paladeada como el buen vino. Y, por cierto, me encanta su decoración amable, abigarrada, cortijera y de sabor eterno. El próximo día, intentaré que esté diluviando afuera para disfrutar mejor de la atmósfera cálida y confortable de este lugar. Más allá de Navas, en la calle Rosario, esquina placeta del agua.